miércoles, octubre 26, 2016

Leandro Iniesta: Calle adentro





Jinete de fuego


La destrucción resulta seductora
tan intensa su pulsión
que desborda de energía a cada instante

yo me pierdo como arena entre los dedos
-arena-
el alma salta del cuerpo
cabalga su estrella que la arrogancia expande
se jacta de su tamaño pero está
a un paso de extinguirse
jinete de hogueras
muy herido está tu niño para gritar tanto fuego.


En off

Hace tiempo camino a mi lado
relato fragmentos de vida
como si otro me estuviera esperando
ajeno
cierta calma aguarda
que la experiencia juegue su carta
mezcle el mazo en libertad  
o la conciencia que espera
brille
en propia carne su alba.


*Leandro Iniesta (Buenos Aires, 1981). Poemas tomados de su primer libropublicado: Calle adentro (2015).



Claudia Schvartz: El privilegio de los años, de Graciela Perosio


Claudia Schvartz: El privilegio de los años, de Graciela Perosio


martes, octubre 25, 2016

Monica Sifrim: "El cielo una sola vez", de Dolores Etchecopar


Texto de presentación del libro El cielo una sola vez, de la poeta  Dolores Etchecopar


En una primera y ligera lectura de El cielo una sola vez encontré una mención a la flor del asfódelo y recordé ese famoso, largo poema sobre el amor en la madurez de Wiliams Carlos Williams que se titula “Asfódelos” y dice, en un fragmento final cuya traducción mejoramos con Sandra Toro sobre la traducción original de Octavio Paz:
"¡Sobre el asfódelo, esa flor verdosa, vengo a cantarte, querida!
Mi corazón se despierta pensando en traerte novedades de algo que te preocupa y que preocupa a muchos hombres.
Mirá: lo que suele llamarse novedad, no vas a encontrarlo
si no es en los poemas que se menospreciaron."
Es difícil obtener novedades de los poemas y sin embargo cada día los hombres mueren miserablemente por carecer de eso que está ahí
Con ese epígrafe, la poeta norteamericana Adrienne Rich titula un libro de ensayos vivenciales sobre la poesía. Se llama “What is found there”( Lo que está ahí”, o “lo que se encuentra allí”) Eso que puede recibirse únicamente de la poesía. ¿Y aquel eso entonces qué sería? Me sedujo la idea de acercarme a este libro y a la emoción me provoca blandiendo esa pregunta: ¿qué es lo que se encuentra solamente en el libro nuevo de Dolores Etchecopar?
Por supuesto que yo tampoco lo sé, yo menos que menos. Pero percibo que en estos poemas el lector es llevado a ese lugar, al contacto con eso. En principio porque aquí las cosas parecen vistas por primera vez. Hay pureza. Una pureza rara de encontrar. Cuanto más pura esta poesía, más refractaria a la interpretación. Y precisamente en su peligro reside su deleite. En vez de asirnos, nos desorientamos y perdemos pie. Caemos al otro lado del espejo donde sólo los símbolos del sueño, de los cuentos y de las leyendas se vuelven familiares: hachas y talismanes, zapatos, liebres, árboles, ovejas.
Frente a un tipo de poesía que se detiene en narrar los acontecimientos objetivos de la vida corriente y construye razonamientos partir de esos hechos, Etchecopar asume que el lenguaje no es real y pide cantar lo inusitado. O, como dice ella, cantar “lo breve de un cielo que se espanta con el pensamiento”.
Además de pureza hay un secreto que recorre este libro casi como un escalofrío. Es algo oculto en primer lugar para la autora. Esa lengua no es solo irreal sino también desconocida y Etchecopar no la traduce para nosotros, no intenta descifrarla. Toma el secreto con la punta de los dedos y lo acomoda amorosamente sobre el lomo del silencio para fascinarnos con su propia fascinación. En el proceso, va creando una intimidad con el lector en las modulaciones de lo oculto y vibrante que va del poema al oído “Lo que vino habló y habló en una lengua desconocida/ abracé la destemplanza y la fruición de los materiales/ de noche al apoyar el oído en la almohada/ latían barrios remotos iluminados como pequeños altares/ las palabras despeñaban una y otra vez/ una admonición que no estaba en mi comprender”
Entonces estos textos, por supuesto, no nos aportarán novedades sobre nuestro mundo, como diría Williams, hablarán en voz bajita: “no hables tan alto delante de la noche” se avisa en otro verso.
Los poemas traerán resonancias de un mundo enrarecido que se enrarece todavía más para que se desaten los poemas. Vemos que la ciudad se hunde y asistimos a la hora en que la llanura desaparece. Pareciera que hace falta un hundimiento de lo conocido para que emerja lo otro que es muchas veces, el campo, el sueño, lo feérico. En el campo la poesía nace del parto de un caballo y se le ven las patas, y es una hembra. Ya se habían diluido antes los límites entre personas y animales y la poeta también sabe mirar con el ojo del animal. Tras el parto, tirando de las patas asoma el poema y, después de diez años de silencio, sin explicaciones, aparece la voz que primero recuerda y más tarde debe liberarse de lo que se ha aprendido a recordar.
La inquietud que provoca el nacimiento solo puede rodearse con preguntas. Le pregunta al arriero, a los huéspedes, al esposo niño, a las manos de las momias de los niños incas hallados en la nieve en la alta montaña.
Este un libro que sugiere un balance de vida, Etchecopar recorre del revés la historia personal y descose los hilvanes falsos de lazos maritales filiales y maternos. “hijo, hija / largo alumbramiento/ suelos sin caldear que se fueron de mi/ y aun así todavía/ doy a luz un vacio/ donde rezar/ un hijo, una hija/ no allí donde me ciegan los nombres cansados de las cosas/ sino donde pueda darme absolución/ una palabra que anide y cante/ como algunos pájaros/ cerca de la caída.”
El poema a la boda es otro de los momentos más intensos y ricos del libro: “Yo me casé forastera en un jardín/ sin que se viera/ el cura se paró entre los agapantos y rezó/ rezó un rezo larguísimo que aún vive entre las hojas/ y en el pasto alto cuando llega el viento/ yo me casé sin calcular la alegría/ lejos de un país/ mi esposo era callado como una flor/ y me dio silencio con la luz de sus manos
También se arroja una luz nueva sobre los lazos fraternales y, más aun, en el poema Escriban en papelitos interpela a sus poetas coetáneos: La rueda de poetas sigue andando/ una espalda se inclina sobre la página/ y la deja ir entre otras hojas escritas/ así crezca su ímpetu y su murmullo/ así nos lleve como un río el poema de todos”
Un crítico anglosajón proponía que hay una literatura de microscopio, que agiganta lo pequeño y cotidiano, y otra de telescopio (que achica y acerca lo desconocido hasta traerlo a la mesa de trabajo). En ese sentido, esta poesía de telescopio, que parece pequeña y apretada, escrita con minúsculas, procura con la siembra de pequeños altares personales iluminar los enigmas más universales: la soledad y el dolor, los del mundo, el silencio divino, la muerte del amor y el temor a la muerte.
Un libro de balance decíamos, con latidos de un carpe diem melancólico como cuando llama a los amigos a beber, o expresa la extrañeza por el tiempo vivido; la perplejidad del cumpleaños o la percepción de que la ronda de poetas seguirá rodando cuando nosotros ya no estemos. La noción de fin hace equilibrio con una aguda conciencia de lo endeble y lo frágil que en algunos poemas provoca en el lector sensaciones casi físicas: “Doy vueltas como una oveja esquilada/ a la que asusta su reciente levedad/ lo poco que pesa una herida expuesta”
En la diagramación del libro aparecen dos zonas muy diferenciadas. Pareciera por momentos que una es la del poema en sí mismo y la otra corresponde a una mirada sobre la escritura. A veces alude en las páginas pares a la sustancia onírica de que está hecho el poema o al movimiento de lo fluido que la poesía congela (riamos del zigzag que hace la vida que es como una liebre). Esos textos de las páginas pares, mayormente en bastardilla, bordean el comentario, como una exégesis falsa sobre las escrituras de las páginas impares. Parece que fueran a explicarnos algo, pero no.
A tientas percibimos que en el mapa del libro hay fuerzas en colisión “peligra el hilo que nos “une las almas” “una gota de odio descendió, horadó la gratitud”. Las palabra de la poesía siempre brindan amparo “Y veo en la peligrosidad/ un árbol que pudiera ser refugio del poema” o “Hablamos para que no se nos note la mudez”. Creo que la palabra peligro es una de las que más aparecen en los poemas.
Volviendo a los motivos por los que este libro me deslumbra, quiero señalar la libertad con que palabras y texturas, símbolos y referentes se combinan de un modo que es a la vez salvaje y preciso, feroz y delicado, armando un diccionario que es únicamente suyo. Cada imagen asoma como algo inesperado y vibrante, pero no con la estridencia ni la vaguedad de los surrealistas sino con un permiso muy particular para abrir las tranqueras de la imaginación y dejar que se liguen las palabras, soltando los sentidos, quebrando la prisión del referente y expulsando los lugares comunes. Esa libertad solo se alcanza cuando el poeta tiene tal dominio de sus herramientas que las deja independizarse, como los buenos músicos cuando se ponen a improvisar.
A lo lejos resuenan ecos de relatos personales e historias familiares o leyendas folklóricas que a nadie le interesa reconstruir porque así, desperdigados como arena por sobre las palabras, son mucho más hermosos.

Finalmente, los diálogos secretos que implosionan desde la memoria en este libro no son los de la vida solamente. La memoria es también ese mortero de la literatura que Dolores leyó, los poetas franceses, belgas, alemanes. Y el oído educado con atención y deseo para recuperar la resonancia de poetas argentinos como Pizarnik, Molina, Orozco, Madariaga, Bailey, Viel Temperley y Alberto Girri. Seguramente de ellos aprendió la autora también una ética de la forma para trabajar los textos hasta la extenuación, sin atajos, golpes bajos, ni trampas. Como dice Valery: “Un verdadero escritor es aquel que no encuentra las palabras. Entonces las busca. Pero al buscarlas encuentra las mejores.” Celebro entonces el nacimiento de este libro de una de las poetas más verdaderas que conozco.

Hugo Correa Luna: El cuaderno de música de María del Carmen Colombo

Hugo Correa Luna sobre El cuaderno de música de María del Carmen 

23 de octubre de 2016-10-21

Por pedido de María del Carmen, me toca presentar este libro suyo, El cuaderno de música. Y cuando digo que me toca, me refiero no a la oportunidad de hacerlo. Hoy a la mañana le daba un repaso general a todo esto y me di cuenta de algo ¿impresionante?, ¿es esta la palabra?: se trata del libro de una de nuestras grandes poetas. Seguramente, si me preguntaran por los mejores poetas de hoy, acá –en esa manía por las listas y los rankings con que a veces nos abruman–, a ella la nombraría yo. Entonces, eso me devolvió, amplificada, la imagen de este libro. Eso es lo que me toca: el libro me toca. Lo que significa un nuevo libro de María del Carmen, Coto, Colombo. Y yo creo que acá estamos presentes, muchos de nosotros, para agradecer el nacimiento de este libro. Los que ya lo leyeron, concordarán conmigo sin duda.
Ahora bien, sabemos que nos vamos a encontrar con belleza, con ingenio, con humor también, con delicadeza. Creo, en este sentido, que Eduardo Mileo en su prólogo describe con muchísimo acierto el mundo que acá se nos presenta y además lee muy agudamente temas que él abre como un abanico para nosotros.
Pero, por si fuera poco, otra novedad: estamos ante un giro en su obra, María del Carmen Colombo incursiona en la narrativa.
Es casi un lugar común, entonces, recordar palabras de Leónidas Lamborghini: “Cuando los poetas avanzamos, los narradores quedan atrás”, dice y lo atribuye a que “en nosotros (los poetas, claro) el argumento es el lenguaje, y en ellos, los novelistas, es la anécdota”. Este libro parece una demostración de lo que Lamborghini dice. No me gusta hablar de la cocina de un texto, pero asistir a su escritura, a las soluciones que María del Carmen presentaba cuando aparecía alguna dificultad narrativa, era un placer. Muestro una:

“¿Y si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para tapar los sonidos de la discordia familiar?”, 

se pregunta la Magdalena niña en la voz de la Magdalena adulta. Plantea con sencillez un temor infantil, el problema es nada menos que una madre y un uso de la música en el que no hay un reconocimiento artístico sino algo doméstico y que luego retornará: acallar, espantar, tapar los ruidos. La madre y un uso apenas práctico de la música del piano y de su hija.
El problema en seguida se desplaza de lo doméstico a lo íntimo (“¿O acaso para aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón?”).
Y acá aparecen de inmediato las dos soluciones: una, narrativa, precedida por una de las palabras constitutivas de todo relato, precedida por el “pero”; la otra, el remate, de calidad poética:

“Pero ella toca, toca el piano: hunde sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos.”

siempre hay un verbo, un verbito, un juego de palabras, un fraseo, que Magdalena, con sus dedos de pianista –y detrás de ella Coto y su oficio de poeta–, decía, entonces, con sus dedos de pianista, levanta un verso, lo agita un poco para diluirle las resonancias que tenía y le pone nuevas tonalidades ahora narrativas.

Tomé este párrafo porque me parece que condensa algunos de los temas que circulan a lo largo de los diferentes cuadros que nos presenta el libro. Voy recordarlo ahora entero:

“¿Y si su madre no la escucha?, ¿tocar para qué? ¿Para acallar el sonido estridente de la sirena de barcos y fábricas? ¿Para espantar los ruidos de la casa? ¿Para tapar los sonidos de la discordia familiar? ¿O acaso para aplacar los rumores de su cuerpo, los latidos de su corazón? Pero ella toca, toca el piano: hunde sus manos en el teclado, los pies en los pedales. Está en el centro de la música, en manos solo de sus manos.”

Decía antes que algo de esto retorna después en el texto. Lo que me parece importante, porque –parafraseo– está en el centro de la narrativa. Esa cosa básica en un relato que es la anticipación, el instalar un tema como al pasar y que después retorna en un primer plano. A ese artilugio, Borges, en un artículo que tituló “El arte narrativo y la magia”, lo describe como la causa mágica, y lo juzga más importante que la causa mecánica que organiza al relato. No voy a decir de qué forma retorna ese acallar o tapar sonidos y espantar ruidos, pero será evidente para el lector, y no quiero contarles el libro. Pero sí voy a agregar que para referirse a este procedimiento, Borges en el artículo que les mencionaba, termina hablando de “ecos resonancias y sospechas”.

Si hay todo un desarrollo de Magdalena y el piano, de Magdalena y la música, inesperadamente, en la anteúltima sección del libro, “La primavera”, el piano desaparece o, de nuevo, asistimos a lo que de cierta forma también estaba prefigurado: el “dresuá” que el padre, con ayuda de los hijos, sube trabajosamente por la escalera. Digo que ya estaba prefigurado porque la primera versión que tenemos del piano, apenas comenzado el texto, es la del piano como un mueble (“era el único mueble de la casa con tres patas”). Ese “dresuá” adquiere en los chicos de la casa resonancias musicales:

“¿Dresuá?, Magdalena nunca había escuchado esa palabra que aleteaba ahora en sus oídos como una mariposa de vibraciones multicolores. Empezó a balancearse con ritmo de vals, moviendo los brazos y repitiendo “dresuá dresuá dresuá”. Su hermano menor la imitó, y los dos tomados de las manos giraron y giraron un buen rato como trompos.”

Pero además, quizá por su forma, por lo trabajoso de subirlo por las escaleras remite al piano, y sobre todo porque se liga a un verbo muy importante en El Cuaderno de Música: el verbo tocar.

“Una ráfaga de luz envolvió por unos segundos al dresuá, el centro del espejo pareció estallar, como un prisma, con los colores del arco-iris. Sus ojos no podían contener semejante abundancia; sentía la necesidad de tocar. Tocar con sus manos eso que veía, como creando un espacio en su cuerpo para recibirlo.
Igual que había pasado con el piano y su música Magdalena creía así guardar muy adentro suyo, esa belleza, soñando con el día en que fuera grande para conocer el mundo.”

Por último, me parece que hay algo en ese padre, ese padre que va llenando de cosas la casa, que recuerda al padre de un gran cuento de nuestra literatura, “Oldsmobile 1962” de Ana Basualdo.
Quiero terminar acá, limitado apenas al subrayado, como diría el otro Lamborghini, Osvaldo. Podría extenderme con tantas inesperadas bellezas que nos depara el libro de María del Carmen, pero prefiero terminar acá, y lo voy a hacer con lo primero que se me ocurrió días atrás, cuando empecé a pergeñar esta presentación y buscaba en la obra anterior de nuestra querida amiga palabras que pudieran hablar de El Cuaderno de Música.
Donde la inocencia curva su recuerdo, la Magdalena adulta vigila amorosamente a la Magdalena chica; entonces llega el verso por la boca del mudo y la historia comienza.
Gracias, Coto, por invitarme a presentar tu libro. Gracias a ustedes por escucharme.


Hugo R. Correa Luna

martes, octubre 11, 2016

Agenda poética segunda quincena de Octubre


Jueves 20 de octubre, a las 20. Casa Brandon. Luis María Drago 236.
Hilos Editora presenta: El cielo una sola vez, nuevo libro de la poeta Dolores Etchecopar. Presenta: Mónica Sifrim.








21 de octubre, 19 horas. Centro Cultural de la Cooperación Presentación del libro Otoño interior, de Elena Garritani. Presentan: Hilda Guerra, , Inés legarreta, Jose A Cedron y la autora.


Sabado 22 de octubre, 20 horas. Espacio Enjambre, Acuña de Figueroa 1656. Sellor Editorial El Ojo de Mármol presenta Adónde vas con este frío, de Osvaldo Bossi y Un ramillete de rocío, de Valeria De Vito




Domingo 23 de octubre, a las 18. Mordisquito: Pasaje Discépolo 1830.
Ed. Cienvolando presenta: El cuaderno de música, nuevo libro de María del Carmen Colombo. Presenta: Hugo Correa Luna.


Martes 25 de octubre, 19 horas, Librería Norte Presentación Contradegüellos,, obra reunida del gran poeta Francisco Madariaga. (Universidad de Entre Ríos, Eduner), 











27 de octubre, a las 19. Sala Juan L.Ortiz, de la Biblioteca Nacional. Liliana Ponce y Veronica Perez Arango acompañarán a Graciela Perosio en la presentación del libro El privilegio de los años.











Jueves 27 de octubre, 20 30.  Espacio Enjambre, Acuña de Figueroa 1656. Nuevo ciclo de Poesía "lo que tan rápido fuga".  Lecturas: -Luciana Jazmin Coronado, -Manuel Sanchez Ruiz, -Lucas Soares,-Juan Fernando García.
Visuales: Gabriel Amq
Coordinan: Valeria De Vito y Luciana Reif




28 DE OCTUBRE, a las 19.30. Librería Borges (Borges 1975), Presentación del nuevo libro de la poeta Mónica Valdes: La mirada del resplandor.





29 de octubre, a las 19. Mordisquito, Pasaje Discèpolo 1830. Lectura en el ciclo El Rayo Verde: Bossi, Dziovenas, Yuste, Pantanelli, Roggero, León, Iriarte.












 29 de octubre. a las 18.30: Canciones, lectura y reportaje al poeta Rubén Reches. Triunvirato 2865.